Los tratamientos clásicos de la enfermedad de Parkinson incluyen farmacoterapia, estimulación cerebral profunda y fisioterapia. Los tratamientos farmacológicos convencionales, orientados a mitigar la sintomatología motora, están representados por:
L-DOPA (levodopa). Precursor de la síntesis de dopamina. Desde una perspectiva terapéutica, la introducción de la levodopa (L-DOPA) en 1960 representó un avance en el tratamiento de la EP, y sigue siendo la terapia sintomática más eficaz en trastornos parkinsonianos. Sin embargo, la administración crónica de L-DOPA y otros fármacos antiparkinsonianos causa efectos secundarios graves que merecen atención especial por la comunidad médica. En este sentido, nuevos compuestos desprovistos de complicaciones psicomotoras, bioquímicas, neuropsiquiátricas y autonómicas están bajo un escrutinio experimental en estudios preclínicos y ensayos clínicos.
Agonistas dopaminérgicos (amantadina, apomorfina, bromocriptina, cabergolina, lisurida, pergolida, pramipexol, ropinirol, rotigotina). Son útiles en monoterapia en estadios tempranos de la enfermedad o bien asociados a levodopa, ya que tienen menos riesgo de desarrollo de complicaciones motoras que ésta última.
Agentes inhibidores de la monoamino oxidasa, IMAOs (selegilina, rasagilina).
Inhibidores de la catecol-O-metiltransferasa (COMT) (entacapone, tolcapone). Son fármacos que reducen el metabolismo de la levodopa por lo que incrementan su vida media y sus efectos terapéuticos, llegando a reducir sus necesidades hasta en un 30%.
Una de las complicaciones más relevantes del tratamiento crónico con L-DOPA y otros agentes dopaminérgicos es el fenómeno “wearing-off”, caracterizado por fluctuaciones motoras y discinesia.
Para obviar este problema se han desarrollado estrategias complementarias con agentes dopaminérgicos y no-dopaminérgicos, como nuevas formulaciones de L-DOPA, inhibidores COMT (opicapone), agonistas dopaminérgicos, antagonistas adenosínicos A2A (istradefilina, preladenant, tozadenant), antangonistas glutamatérgicos (NMDA, N-methyl-d-aspartate), agentes serotonérgicos (eltoprazine), y moduladores de receptor mGluR5 del glutamato (mavoglurant); sin embargo, ninguno de estos agentes ha demostrado ser suficientemente eficaz.
La polifarmacia con antidepresivos, antipsicóticos, agentes urológicos, analgésicos, antihistamínicos e inhibidores del acetilcolinesterasa contribuyen al desarrollo de complicaciones, interacciones farmacéuticas indeseables y cuadros anticolinérgicos. A todo ello hay que añadir complicaciones gastrointestinales (estreñimiento, sialorrea, disfagia, dificultades masticatorias), problemas cardiovasculares, alteraciones neuroendocrinas y trastornos psiquiátricos asociados al consumo crónico de antiparkinsonianos convencionales.
Una complicación adicional es el síndrome de Pisa, que se caracteriza por una postura anormal sostenida con flexión del cuerpo y cabeza a un lado y con una rotación axial del tronco y que se asocia al uso de antipsicóticos.
Una mala costumbre en el manejo de síntomas psicóticos en pacientes parkinsonianos es la administración de neurolépticos atípicos (como la quetiapina), que contribuyen a agravar los síntomas motores, por su efecto antidopaminérgico, y a aumentar los efectos secundarios intrínsecos a los propios agentes antipsicóticos.
Con el fin de administrar un tratamiento médico efectivo, el objetivo principal es proporcionar al paciente un control de los signos y síntomas durante el mayor tiempo posible y reducir al mínimo los efectos adversos.
Las terapias con fármacos sintomáticos normalmente proporcionan un cierto control sobre los signos motores de la EP durante los siguientes 4-6 años de vida, principalmente mediante el uso de levodopa / carbidopa como una prescripción estándar de tratamiento sintomático, mientras que los fármacos inhibidores monoamina oxidasa-B (MAO) pueden ser considerados como más efectivos para el tratamiento en las etapas iniciales de la enfermedad.
Sin embargo, otros agonistas de la dopamina (por ejemplo, ropinirol, pramipexol) se pueden usar como una monoterapia en la enfermedad temprana y como terapia coadyuvante de moderada eficacia en etapas avanzadas de la enfermedad. Con el fin de minimizar los síntomas de temblor, una segunda línea de agentes anticolinérgicos (por ejemplo: trihexifenidilo, benztropina) también se suelen prescribir.