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Dar Sentido a la Vida (II)

La fórmula infalible para no perder es no gastar. Muchos desprecian la vida malgastando el tiempo precioso que le regala su existencia. Saber valorar el tiempo es un paso esencial hacia la madurez. P.W. Litchfield sostiene que “uno se da cuenta de la importancia total del tiempo sólo cuando queda poco de él. El mayor capital de cada hombre son sus años infructuosos de vida productiva”. Charles Darwin decía que “el hombre que se atreve a desperdiciar una hora de vida no ha descubierto el valor de la vida”. Para Emily Dickinson, “vivir es tan sorprendente que deja tiempo para poco más”. No era diferente la forma de pensar de Benjamin Disraeli: “La vida es demasiado corta para ser pequeña”. Hay métodos para alargarla. Según Ernst von Feuchtersleben, “el secreto de prolongar la vida consiste en no acortarla”. La vida la acortamos cuando nos exponemos a peligros innecesarios, cuando nos metemos en aventuras sin experiencia ni garantía de éxito, cuando matamos el silencio con el ruido, cuando nos cobijamos bajo árboles quebradizos en plena tormenta, cuando nos sentamos en el sofá de la infidelidad en casa ajena, cuando matamos la verdad con la farsa, cuando adulteramos el vino de la convivencia, cuando jugamos a ser reyes siendo plebeyos, cuando nos ubicamos fuera de sitio, cuando nos despeñamos por no saber frenar a tiempo… Nos complicamos la vida sin sentido, la vamos endureciendo con nuestros errores, con nuestras interpretaciones torticeras, con la búsqueda de salvadores ignorando que toda salvación asienta en uno mismo. Ellen Glasgow decía que “ninguna vida es tan dura que no puedas hacerla más fácil por la forma en que la tomas”. Usando el testimonio como argumento, Oliver Goldsmith sostenía que “se predica un mejor sermón con la vida que con tus labios”.

La vida es un viaje con muchas estaciones, a las que hay que acostumbrarse y adaptarse, sobre las que hay que reflexionar para en la próxima estación no tener que sufrir lo que pasó en las previas. Por eso John Burroughs recomendaba: “Para encontrar cosas nuevas, toma el camino que tomaste ayer”; no desprecies ninguna experiencia porque el círculo de la vida te hará pisar el mismo charco; no te precipites en tus conclusiones; considera las palabras de Samuel Butler: “La vida es el arte de sacar conclusiones suficientes a partir de premisas insuficientes”, donde debes economizar recursos para aliviar la fatiga y poder llegar más lejos. No olvides el sabio proverbio chino: “El hombre debe sentarse en una silla con la boca bien abierta durante mucho tiempo antes de que el pato asado entre volando”. No confundas lo simple con lo vulgar ni lo sencillo con lo aburrido. “La variedad es la sal de la vida, lo que le da todo el sabor”, decía William Cowper. Recuerda siempre el pasado para no repetir lo errático. Sören Kierkegaard lo expresa así: “La vida debe ser vivida hacia adelante, pero sólo puede ser entendida hacia atrás”. William Wordsworth interpreta que “la vida se divide en tres términos, lo que fue, lo que es y lo que será; aprendamos del pasado para aprovechar el presente, y del presente para vivir mejor el futuro”.

La vida es un examen que todos tenemos que pasar. Demócrito decía que “la vida no examinada, no vale la pena vivirla”. La vida tiene el valor que seamos capaces de darle. Harry Emerson Fosdick pensaba que “uno nunca encuentra que la vida valga la pena ser vivida; pero uno siempre tiene que hacer que valga la pena vivirla”. Anatole France ironizaba: “No sabemos qué hacer con esta corta vida, pero queremos otra que sea eterna”. El curso de la vida es un dictado del que tienes que tomar nota, sin ignorar sus señales y sus alarmas. Sydney J. Harris comentaba que “una advertencia es como un despertador; si no prestas atención a su sonido, algún día sonará y no lo oirás”. Tú eres el único que puede establecer los límites de tu capacidad. “Nunca sabes dónde está el fondo hasta que lo buscas”, decía Frederick Laing.

Vivir es un arte que requiere cierta genialidad. Aunque cualquiera puede pintar, solo unos pocos acaban triunfando como artistas. William Hazlitt decía que “el arte de la vida es saber disfrutar un poco y aguantar mucho”. John Milton sostenía que “conocer lo que está ante nosotros en la vida diaria es la sabiduría primordial”.

Cada cual ve la vida según sus propias vivencias y emociones. Para Oliver Wendell Holmes, un día, la vida era “un negocio romántico”; y otro día, era “una dolencia fatal, eminentemente contagiosa”. Quizá estuvo más acertado en su definición de enfermedad contagiosa, porque tanto la buena como la mala vida infectan por contacto; pero “no hay medicina para una vida que huye”, decía Ibycus. Para Hellen Keller, “la vida es una aventura atrevida o no es nada”. Para Edgar Watson Howe, “la vida es como un juego de cartas”. Para Thomas La Mance, “la vida es lo que nos pasa mientras hacemos otros planes”. Para Boris Lauer-Leonard, “la vida es como un eco; obtenemos de ella lo que ponemos en ella y, al igual que un eco, a menudo nos da mucho más”. Para Moms Marley, “la vida es como una partida de póquer: si no pones nada en el bote, no habrá nada que sacar”. Para William Lyon Phelps, “la vida, con todas sus penas, preocupaciones, perplejidades y angustias, es más interesante que la placidez bovina, y por lo tanto más deseable; cuanto más interesante es, más feliz es”. Para Luigi Pirandello, “la vida es poco más que un usurero: exige una alta tasa de interés por los pocos placeres que concede”. Para John Ruskin, “la vida es un vaso mágico lleno hasta el borde, del que no puedes meter ni sacar nada; pero se desborda en la mano que deja caer tesoros en él; si metes malicia desborda odio; si metes caridad desborda amor”. Para Arthur Schopenhauer, “la vida no es para llorar ni para reírse de ella, sino para comprenderla”. Para Séneca, “la vida no es ni un bien ni un mal, sino simplemente el escenario del bien y del mal… está dentro del poder de cada hombre vivir su vida noblemente, pero de ningún hombre vivir para siempre; sin embargo, muchos de nosotros esperamos que la vida continúe para siempre, y muy pocos aspiran a vivir noblemente”. Para George Bernard Shaw, “la vida es una enfermedad; y la única diferencia entre un hombre y otro es la etapa de la enfermedad en la que vive”. Italo Svevo reafirma con mayor énfasis la patogenicidad de la vida: “La vida es un poco como la enfermedad, con sus crisis y períodos de quietud, sus mejoras y retrocesos diarios; pero a diferencia de otras enfermedades, la vida es siempre mortal”. Para el obispo Fulton J. Sheen, “la vida es como una caja registradora, en el sentido de que cada pensamiento, cada acción, como cada venta, está registrada”. Para J. Richard Sneed, “la vida se describe actualmente como uno de cuatro caminos: como un viaje, como una batalla, como una peregrinación y como una carrera; selecciona tu propia metáfora, pero la necesidad final es la misma; porque si la vida es un viaje, hay que completarlo; si la vida es una batalla, debe terminarse; si la vida es una peregrinación, hay que concluirla; y si la vida es una carrera, hay que ganarla”. Para Tennessee Williams, “la vida es una pregunta sin respuesta, pero sigamos creyendo en la dignidad y la importancia de la pregunta”. Cada cual define la vida a su gusto. A la vida la vestimos con nuestras costumbres y la desnudamos con nuestras carencias. Algunos la aman intelectualmente, como Jules Renard: “A medida que crezco para entender la vida, aprendo a amarla más y más”.

La vida es acción constante, sin reposo. Para Karl Wilhem von Humboldt, “la vida, en todos los rangos y situaciones, es una ocupación externa, un trabajo real y activo”. Elbert Hubbard decía sabiamente que “todo llega tarde para los que solo esperan… las vallas están hechas para los que no pueden volar”. La vida anula a los que se consumen en la espera alimentando la idea de que un día cambiarán las cosas sin hacer nada. La vida no tolera a los que se autoimponen murallas para justificar su vagancia, su inutilidad, su comodidad, su cobardía o su desfachatez viviendo a costa de otros. Quizá esta fauna simia pertenezca a la categoría de aquellos a los que Ben Irwin atribuía que gastaban la vida como si tuvieran otra en el banco. A estos, el filoanarco Mick Jagger les aconseja: “Está bien dejarte ir, siempre y cuando puedas volver”. William James instruía a sus alumnos: “No tengáis miedo de la vida. Debéis creer que la vida vale la pena vivirla, y vuestra creencia os ayudará a crear un hecho real. El mejor uso que podéis hacer de la vida es gastarla en algo que dure más que ella”. La vida siempre ofrece alguna oportunidad a las mentes que están pendientes. Dice Samuel Johnson que “la novedad es, en efecto, necesaria para conservar el entusiasmo y la presteza; pero el arte y la naturaleza tienen reservas inagotables para el intelecto humano, y cada momento produce algo nuevo para aquel que ha avivado sus facultades por medio de la observación diligente”. Charles F. Kettering lo rubrica: “Siempre habrá una frontera donde haya una mente abierta y una mano dispuesta”; y Leonardo da Vinci lo refuerza con el rigor de la acción, patrimonio de privilegiados: “El gran hombre preside todos sus estados de conciencia con obstinado rigor”. No hay que ignorar negligentemente las posibilidades de fracaso. Roger L’Estrange recuerda que “nunca pensamos en el asunto principal de la vida hasta que un vano arrepentimiento nos lo recuerda en el extremo equivocado”.

Las acciones eficaces requieren constancia y tenacidad. Lucrecio lo recordaba en sus aforismos: “Las gotas que caen al fin desgastarán la piedra”. Otra opción es tomar la vida con filosofía, al estilo de Kathleen Norris: “La vida es más fácil de llevar de lo que se piensa; todo lo que se necesita es aceptar lo imposible, prescindir de lo indispensable y soportar lo intolerable”. Nuestras acciones deben orientarse en el sentido de nuestras capacidades. No vale esconderse para evitar riesgo bajo la argucia de la seguridad. John Shedd lo refleja inteligentemente al decir que “un barco en el puerto es seguro, pero no es para eso para lo que se construyen los barcos”.

Saber callar e interpretar con cautela los acontecimientos ayuda a sobrellevar momentos indeseables. Samuel Palmer recomienda tener la boca cerrada y los ojos bien abiertos. No desprecies la sabiduría del amigo ni la visión de quien sabe observar mejor que tú. Lloyd John Ogilvie intentaba aliviar a los suyos con “dime qué es lo que te molesta y te diré qué es lo que te motiva”.

Al final de la vida solo cuenta lo que queda, poco ya. Lo previo es historia para los que vengan. John Morley decía que “el gran negocio de la vida es ser, hacer, prescindir y partir”. “Consulta a los muertos sobre las cosas que fueron, pero a los vivos sólo sobre las cosas que son”, sugería Henry Wadsworth Longfellow. El cardenal John Henry Newman predicaba: “No temas que tu vida llegue a su fin, sino más bien teme que nunca tenga un comienzo”. Quizá por eso William Mulock, ignorando el momento de partir, hacía aquel comentario tan naïve de que “lo mejor de la vida siempre está por delante, siempre más adelante”, salvo que pensase en el descanso eterno. En el pensamiento realista de George Santayana, “no hay cura para el nacimiento y la muerte, excepto para disfrutar del intervalo entre ambos”. De acuerdo a Schopenhauer, “los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes proporcionan el comentario al respecto… La vida es un lenguaje en el que se nos transmiten ciertas virtudes; si pudiéramos aprenderlos de alguna otra manera, no viviríamos”. 

En el repaso pueden surgir dudas y satisfacciones. Según Marcial, “un hombre bueno duplica la duración de su existencia; haber vivido para mirar hacia atrás con placer en nuestra vida pasada es vivir dos veces”. En el repaso, James Martineau considera que “el mero transcurso de los años no es vida. Para comer, beber y dormir; estar expuesto a las tinieblas y a la luz; andar en el molino de la costumbre y convertir el pensamiento en un instrumento de oficio, eso no es vida. El conocimiento, la verdad, el amor, la belleza, la bondad, la fe, son los únicos que pueden dar vitalidad al mecanismo de la existencia”. Las desdichas de la vida pueden ser compensadas por múltiples venturas y aciertos. Somerset Maugham decía que “la fuerza vital es vigorosa; el deleite que la acompaña contrarresta todos los dolores y dificultades a los que se enfrentan los hombres”.

La belleza del credo de John D. Rockefeller, Jr. es envidiable, merecedor de respeto y digno de imitación por aquellos que sean capaces de seguirlo: “Creo en el valor supremo del individuo y en su derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Creo que todo derecho implica una responsabilidad; cada oportunidad, una obligación; cada posesión, un deber. Creo que la ley fue hecha para el hombre y no el hombre para la ley; que el gobierno es el servidor del pueblo y no su amo. Creo en la dignidad del trabajo, ya sea con la cabeza o con las manos; que el mundo no le debe a nadie la vida, sino que le debe a cada hombre la oportunidad de ganarse la vida. Creo que el ahorro es esencial para una vida bien ordenada y que la economía es un requisito primordial de una estructura financiera sólida, ya sea en el gobierno, los negocios o los asuntos personales. Creo que la verdad y la justicia son fundamentales para mantener el orden social. Creo en el carácter sagrado de una promesa, que la palabra de un hombre debe ser tan buena como su vínculo; ese carácter -no la riqueza, ni el poder, ni la posición- tiene un valor supremo. Creo que la prestación de un servicio útil es el deber común de la humanidad y que sólo en el fuego purificador del sacrificio se consume la escoria del egoísmo y se libera la grandeza del alma humana. Creo en un Dios omnisapiente y amoroso, llamado por cualquier nombre, y que la mayor realización del individuo, la mayor felicidad y la más amplia utilidad se encuentran en vivir en armonía con su voluntad. Creo que el amor es lo más grande del mundo; que sólo él puede vencer al odio; que el derecho puede triunfar sobre el poder”.

Puede que muy pocos estén satisfechos con su vida, sea por causa propia o por causa ajena, y acaben asumiendo con Jean Paul Richter que “la variedad de nada es mejor que la monotonía de algo”. No hay sitio en la alforja del último viaje. “No importa lo que vivas sino cómo vivas”, “No importa lo que se piensa que eres, sino lo que eres”, decía Publilius Syrus. Lo vamos a dejar todo aquí. En el camposanto poco vale el balance material por muchas páginas de Excel que ocupe. Henry van Dyke concluía: “Recuerda que lo que posees en el mundo se encontrará el día de tu muerte como perteneciente a otros, pero lo que eres será tuyo para siempre”. Asomará la última sonrisa en aquellos que sientan que han llegado a ser lo que podían haber sido.  En palabras de Robert Louis Stevenson: “Ser lo que somos, y llegar a ser lo que somos capaces de llegar a ser, es el único fin de la vida”.

Ramón Cacabelos, M.D., Ph.D., D.M.Sci.

Catedrático de Medicina Genómica

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