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Ambages de la Amistad

Cuando lo que se predica con hechos es falsedad, egolatría, irresponsabilidad, falta de compromiso e ilegalidad, el alma se encoje, los objetivos se nublan, el norte se desdibuja y la brújula de la vida medio enloquece. Cuando el espíritu del grupo, con intereses comunes, es sustituido por el mercenariado a sueldo, el sentido de familia/sociedad se distorsiona y los charcos de la existencia se enlodan. Cuando el autointerés revienta el globo de la igualdad, hasta la amistad se corrompe.

Dice un proverbio de Tonga que “la amistad es un surco en la arena”. El viento, las mareas, las pisadas, el abandono y el tiempo son suficientes para que esa huella se desvanezca, como la inmensa mayoría de las relaciones humanas que no se cultivan desde la honradez, la sinceridad y la transparencia.

Puede que la amistad sea una joya, una exquisitez, una flor multicolor efímera, que mientras dura embriaga; puede que sea una vivencia transitoria, un sentimiento irrefrenable, una sensación de placidez y confianza; puede que sea una cosa que con el tiempo se convierte en otra irreconocible; y puede que sea una experiencia perpetua que da sentido al sinsentido, que muestra el camino en la jungla, que te orienta en la oscuridad, que te acompaña en la soledad, que seca con ternura la humedad de tus lágrimas, que incluso te lanza al vacío de una vida plena. La amistad son muchas cosas en una; ni todas buenas ni todas malas; es un arcoíris de ilusión, prisionero de la refracción lumínica suspendida en gotas de lluvia expuestas al capricho de una atmósfera sin límites.

Dicen los ingleses que el amigo de todos es amigo de nadie. El refranero español lo traduce en “amigo de muchos, amigo de ninguno” o “amigos, pocos y buenos”. Este es uno de los rasgos que caracterizan a la amistad. Ni todos pueden ser amigos ni tú puedes ser amigo de todos. Cuando a la amistad le falla la exclusividad corre el riesgo de prostituirse. Por eso la elección es importante. De ahí lo de “amigo cabal, tesoro ideal” o “Amistad con todos, confianza con pocos”.

Lord Byron le decía a Mary Shelley en una carta del 16 de noviembre de 1822: “He tenido, y puedo tener todavía, mil amigos, como se les llama, en vida, que son como compañeros de uno en el vals de este mundo, no muy recordados cuando el baile ha terminado”.

Hilary Belloc decía en su Dedicatory Ode que “desde la tranquilidad del hogar en los comienzos, hasta los finales desconocidos, no hay nada que valga la pena ganar, excepto la risa y el amor de los amigos”. La amistad conforta y relaja, pero requiere el entorno adecuado para manifestar su placidez. En el ruido de la taberna o en el estruendo del puticlub la amistad fluye con mayor dificultad que en el seno de la serenidad. “Amigos hay buenos para en plaza y malos para en casa”, dice el refrán.

El criterio de amistad es heterogéneo. Sébastien-Roch Nicolas de Chamfort decía en sus aforismos de 1765-99: “Tengo tres clases de amigos: los que me aman, los que no me prestan atención y los que me detestan”. Las diferencias son fáciles de discernir, pero la utilidad es subjetiva. Para Cervantes, “la buena y verdadera amistad no debe ser sospechosa en nada”; pero es obvio que no todos comparten el concepto de amistad. Parece que el criterio de igualdad es importante en la masa de la amistad, aunque haya personajes, como Lord Chesterfield, que mantienen que “la mayoría de las personas disfrutan la inferioridad de sus mejores amigos”.

La amistad es sólida en la adversidad. “Amistades que son ciertas nadie las puede turbar”, decía Cervantes. “Algo bueno trae la adversidad consigo: que ahuyenta a los malos amigos”; “el amigo leal más que en el bien te acompaña en el mal”; “el buen amigo, en bien y en mal está contigo”; “en la pobreza y en el peligro se conoce el buen amigo”; “en la necesidad se ve la amistad”; “en prisión y enfermedad se conoce la amistad”; “en los males se conoce a los amigos leales; que en los bienes, muchos amigos tienes”; “la adversidad es la piedra de toque de la amistad”, apunta el refranero castellano de Juliana Panizo.  También hay quien piensa que “en las desgracias de nuestros mejores amigos siempre encontramos algo que no nos desagrada del todo”, como escribía en sus Sentences et Maximes el Duc de la Rochefoucauld en 1665; el mismo que decía que “es más vergonzoso disgustar a los amigos que ser engañado por ellos”.

La amistad es solícita, rápida, oportuna, eficaz. “Ese es tu amigo, que te da de su pan y de su vino”; “entre amigos verdaderos no se miran los dineros”; “la bolsa y la puerta, para los amigos, abierta”; “la amistad o encuentra iguales o los hace”. Refiriéndose a la amistad, Francis Bacon decía que “la comunicación de un hombre con su amigo produce dos efectos opuestos; redobla las alegrías y reduce a la mitad las penas”.

La amistad no se alía con el enemigo. “El amigo que es amigo de mi enemigo, no es amigo”; “amigo traidorcillo, más hiere que cuchillo”; “amigo del buen tiempo, se muda con el viento”, cuenta el refranero. Quien es traidor no puede ser amigo. La traición se lleva dentro; es la identidad de los espíritus vacíos.

La amistad se demuestra, no se simula. “Amistad no probada, ni es amistad ni es nada”; “amistad verdadera o fingida, el tiempo la examina”; “amistad por interés, hoy es y mañana no es.” De la amistad no se abusa. “De tu amigo nunca esperes lo que tú por él no hicieres”; “al amigo que en apuros está, no mañana, sino ya”; “a amistades que son ciertas, siempre las puertas abiertas”. La amistad es transparente. “Cuentas claras, amistades largas”.

La amistad hay que cuidarla, protegerla, distinguirla y valorarla. Cuentan en Small Talk on Big Subjects, que doña Jennie Jerome Churchill -la madre de Winston Churchill- aconsejaba allá por el 1916: “Trata a tus amigos como lo haces con tus fotos y colócalos de la mejor manera posible”. No debes abusar de la amistad. Ralph Waldo Emerson lo ilustra en sus Essays al decir “hago con mis amigos lo mismo que con mis libros. Los tengo donde puedo encontrarlos, pero rara vez los utilizo”. La visión de un proverbio inglés es que “los amigos son como las cuerdas del violín, que no deben tensarse demasiado”. El poeta escocés Robert Louis Stevenson le da un toque de reciprocidad en Across the Plains: “Mientras seamos amados por los demás, diría que somos casi indispensables; y ningún hombre es inútil mientras tiene un amigo”; y la novelista británica Virginia Woolf convierte a los amigos en su refugio en The Waves: “Algunas personas van a los curas; otras a la poesía; yo a mis amigos”. Un sabio consejo sobre la ponderación de la amistad lo da George Washington en una carta del 15 de enero de 1783: “Sé cortés con todos, pero íntimo con pocos, y deja que esos pocos sean bien probados antes de darles tu confianza. La verdadera amistad es una planta de lento crecimiento, y debe sufrir y resistir los choques de la adversidad antes de que tenga derecho a la apelación”. Aristóteles decía que “entre amigos no es necesaria la justicia”, pero también recordaba que “el deseo de amistad es una tarea fácil, pero la amistad es una fruta de maduración lenta”. En De Amicitia, Cicerón afirmaba que “la amistad hace que la prosperidad sea más brillante y aligera la adversidad dividiéndola y compartiéndola”.  Para Elbert Hubbard, “amigo es aquel que conociéndote aún te aprecia”; y según W. Somerset Maugham, “a los amigos los conocemos más por sus defectos que por sus virtudes”.

La finísima frontera que separa el amor de la amistad la define un sutil y hermoso anónimo: “El amor es ciego; la amistad cierra los ojos”; lo cual es privilegio de un reducido número de elegidos. Para Joseph Addison, “el mayor edulcorante de la vida humana es la amistad. Elevar esto al más alto grado de goce es un secreto que muy pocos descubren”. El actor y director británico Kenneth Branagh, en una entrevista en el Daily Telegraph de Londres, del 4 de noviembre de 1992, declaraba que “la amistad es una de las cosas más tangibles en un mundo que ofrece cada vez menos apoyos”. El delicado linde Amor-Amistad planteó dudas a Emily Bronté en Love and Friendship: “El amor es como el brezo de rosas silvestres; la amistad como el acebo; el acebo es oscuro cuando florece el brezo de la rosa, pero ¿cuál florecerá más constantemente?”. En la dialéctica Amor-Amistad, también hay quien piensa -como Oliver Goldsmith en The Good Natur’d Man– que “la amistad es un comercio desinteresado entre iguales; el amor, objeto de intercambio entre tiranos y esclavos”. George Jean Nathan no parecía verlo así en The Autobiography of an Attitude: “El amor demanda infinitamente menos que la amistad”.

Cuando usas la amistad para explotarla, se convierte en un bumerang destructor. El “a mi amigo quiero por lo que de él espero” es la antesala del fracaso. “Amistades lisonjeras, no las quieras” porque la amistad no se mantiene con elogios sino con demandas de rectitud. Toda lisonja oculta un pago tras el velo de la adulación.  El poeta anglo-americano W.H. Auden escribe en The Dyer’s Hand: “Entre amigos, las diferencias de gusto u opinión son irritantes en proporción directa a su trivialidad”. Como vivencia dinámica, la amistad puede irse con la misma velocidad con la que vino. Samuel Butler decía que “la amistad es como el dinero; más fácil de conseguir que de mantener”. Cuando la explotas sin sentido se gasta y entras en quiebra.

El dinero y los favores unilaterales contaminan y crean murallas infranqueables a la amistad y a las relaciones de igualdad. ”Entre amigos, quien más pone más pierde”; “no es amistad la que siempre pide y nunca da”, nos advierte el refranero. Mark Twain lo dibuja muy bello -e irónico- en Pudd’nhead Wilson: “La santa pasión de la amistad es de una naturaleza tan dulce, constante, leal y duradera que se prolongará toda la vida, si no se le pide que preste dinero”. Para Anita Brookner en Women Writers Talk, “la contabilidad en la amistad es el equivalente al amor sin estrategia”; al final, un posible fiasco empresarial.

Y cuando la amistad fracasa o da muestras de debilidad irreparable no dudes en cerrar el negocio. Según Cervantes, “más vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón”. “Amistad que no fue duradera, no fue verdadera”; “el buen amigo hasta que se pierde no es bien conocido”; “mal amigo y mal amor, olvidarlos es mejor”, canta el pueblo. La amistad puede nacer de la nada e ir a ninguna parte. Baltasar Gracián decía que “pocos son los amigos de un hombre; la mayoría son amigos de sus circunstancias”. El ensayista Joseph Addison, en Anecdotes, Memoirs, Allegories, Essays, and Poetical Fragments, habla en estos términos: “Las amistades, en general, se contraen de repente; y, por lo tanto, no es de extrañar que se disuelvan fácilmente”. Llegado el momento, la fórmula de Oscar Wilde en The Picture of Dorian Grey es clara: “La risa no es en absoluto un mal comienzo para una amistad, y es lo mejor para un final”. Toda amistad verdadera requiere un fondo de amor para mantenerse en pie, y viceversa. La poetisa norteamericana Ella Wheeler Wilcox lo refleja así en Upon the Sand: “Todo amor que no tiene por base la amistad es como una mansión construida sobre arena”. El amor es el diseño global, pero el mejor cimiento para edificar el santuario de la amistad es el respeto; cuando se rasga el manto del respeto con cualquier tipo de violencia, con cualquier traición, con cualquier gesto de desprecio al sagrario del amor, todo se viene abajo de forma irreparable. Todo puede arreglarse, aparentemente; pero las heridas, por bien que cicatricen, dejan secuelas perennes que harán que nada sea igual. El “como antes” murió para siempre. En términos de albañilería básica, suele acabar siendo más barato tirar la vieja y hacer una casa nueva que reparar la antigua, por mucha nostalgia que filtre la fachada.

Aunque para Lord Byron “la amistad es amor sin alas”, “la amistad admite la diferencia de carácter, como el amor admite la del sexo”, siguiendo a Joseph Roux en Meditations of a Parish Priest. En Conspiracy of Catiline, Salustio decía que “el que te gusten o no te gusten las mismas cosas es lo que da solidez a la amistad”. No parece un argumento muy potente, pero George Santayana lo resucitó en Soliloquies in England: “La amistad es casi siempre la unión de una parte de una mente con una parte de otra; la gente es amiga por parcelas”. En Antigona, Sófocles endurecía el lenguaje: “No puedo amar a un amigo cuyo amor son palabras”; y en Oedipus the King cambiaba la melodía por: “Tirar a la basura a un amigo es, por así decirlo, tirar la vida por la borda”. Cuando el barco lleva lastre de más, todo buen navegante se desprende de lo que puede hacerle naufragar. Y cuando se llega a puerto -y hay que conducir la vida en tierra firme- no está de más recordar las notas de Mark Twain: “La función de un buen amigo es ponerse a tu lado cuando estás equivocado. Cualquier persona te apoyará cuando estés en la posición correcta”. En los asuntos delicados, en la toma de decisiones difíciles, en las travesías tormentosas, solo quien te quiere está capacitado para mostrarte la ruta y mantenerse a tu lado en la niebla más densa detrás de la cual brilla el sol oceánico de la esperanza.

            Ramón Cacabelos, M.D., Ph.D., D.M.Sci.

                        Catedrático de Medicina Genómica

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